Después de más de una década alejados de los escenarios chilenos, el ex Talking Heads despachó un impredecible show con quizá la puesta en escena más innovadora de la historia del festival en el Parque O’Higgins.
Por María Fernanda Verdugo
El camaleónico David Byrne siempre da que hablar y ayer el público de Lollapalooza Chile cayó rendido al montaje despachado por el músico escocés en una vanguardista performance que no dejó nada al azar.
Estación Mapocho, 2004, era la última cita que Byrne había tenido hasta ayer con el público chileno. El sabor amargo que dejaron los problemas acústicos a los que se enfrentó aquella vez, fueron borrados desde el momento en que el músico irrumpió al escenario, para presentar lo que desde el 3 de marzo ha estado brindando al público de Estados Unidos y que, para la audiencia local, fue toda una sorpresa.
Uno de los escenarios principales de Lollapalooza se invadió del más puro minimalismo con David Byrne. A las 6 de la tarde en punto, el músico irrumpió al escenario que los esperaba sólo con una mesa en el centro y un cerebro de utilería. Vistiendo un terno gris y a pies descalzos, brindó los primeros acordes de «Here», una de las composiciones que forma parte del disco que sirvió de excusa para el encuentro: «American Utopia», placa que vio la luz hace tan sólo una semana.
Ante un púbico expectante y desde la segunda canción, a través de las permeables cortinas plateadas que escondían cualquier tipo de instalación de sonido, comenzaron a aparecer los 11 músicos uniformados que acompañaron a Byrne durante los 60 minutos que nunca son suficientes para un artista de su talla.
Una «banda completamente móvil», fue lo que David Byrne dijo en un español dificultoso para que no quedaran dudas sobre lo que buscaba mostrar. Esta intención didáctica y pedagógica estuvo también plasmada cuando escribió «Cómo funciona la música», aquel instructivo infaltable para cualquier melómano. Pero también fue protagonista en lo que ayer mostró en el Parque O’Higgins después de que diera lecciones de sonido y presencia escénica, casi como diciendo «así funciona la música».
La particularidad en el show de Byrne abarcó mucho más que los antiguos éxitos que firmó junto a su antigua banda. Aunque algunas célebres como «Psycho Killer» se ausentaron del setlist, «Burning Down the House» y «This Must Be The Place» aparecieron para saldar la cuota y generar una reacción eufórica inmediata. Mención honrosa se lleva su versátil capacidad vocal, que brilló aún el músico ya pasó la barrera de los 65 años.
Estas canciones insignes alcanzaron la mezcla perfecta con los sonidos más contemporáneos de su carrera actual y su último disco. Todo esto, logrado gracias a la decena de músicos que ejecutaron una preparada coreografía por cada canción, todos en la misma sintonía, brindando la misma cuota de energía. Las 13 canciones que pasaron demasiado rápido para los más fanáticos se enmarcaron en una performance digna de cualquier espectáculo teatral, donde los instrumentos inalámbricos bailaron al mismo ritmo de Byrne, el maestro de ceremonias del espectáculo que dejó al descubierto su espíritu más inquieto.
Más de 40 años de carrera, una presentación sometida a la vanguardia, y la mezcla perfecta entre contemporaneidad y nostalgia, dieron el toque legendario, ya no sólo a la versión 2018 de Lollapalooza Chile, sino a los 8 años de historia de festival.