ILUSTRACIÓN POR: Sergio Córdova (Dibujos de Cucho)

«Mírame, estoy en el cielo». Esta frase retumba dentro del ritual sonoro y audiovisual de ´Lazarus´, con el cual David Bowie dejó a todo el mundo impactado 4 días después de su cumpleaños, que conllevó el lanzamiento de su último disco y tal vez uno de los más enigmáticos de su carrera, Blackstar. Pero el hecho que todos conocemos, su muerte.

La oscuridad se palpita en su extensión, cada canción de este disco contiene una gota de disconformidad que se refleja en sus letras y en la locura experimental que viste este trabajo de varios simbolismos. El desgaste, la vida corriendo a la velocidad de la luz dejando más preguntas que respuestas, una impredecible crónica de una muerte anunciada, condenada a existir para la desgracia del artista y su alrededor. Pero una muestra irrefutable de la vigencia de una estrella que anticipó su partida de manera maestra, elevando en los cielos solo como él sabría hacerlo solamente.

Lo más posible es que los simbolismos expuestos en dos de sus videoclips, «Blackstar«, un tipo de epifanía cercana al túnel del final de nuestro días, y «Lazarus«, el funeral más devastador y ensordecedor, no hayan previsto que todo era parte de un plan infalible de transcendencia.

Lo sabemos, Bowie siempre tuvo la capacidad de ser alguien más grande que la vida en su existir, pero en diferencia a otros músicos de la historia popular, no todos pudieron hacer algún acto de adiós con la talla de soberbia distintiva de David, quien pintó cada detalle y emoción antes de surcar la inmortalidad hacía las estrellas. Piensen bien, Freddie Mercury-de un día a otro- se esfumó sin previo aviso y dejando un vacío enorme, o la malgastada mala prensa sobre Kurt Cobain, no nos dejó abrazarlo emocionalmente antes de decidir quitarse la vida. David Bowie no fue el caso claramente.

El desarrollo de este último acto tuvo antecedentes que bordearon la intensidad emocional con la cual David-convencido de su potencial- decidió mantenerse confidencial hasta el momento que el mundo supiese que ya no estaba acá. Su productor-y eterno amigo- Robert Fox, se le solicitó ir a la oficina del manager de negocios, en donde vía Skype, Bowie le informó sobre el cáncer que acabaría con su vida. Es acá donde todo empieza a tomar forma, y Robert toma la iniciativa de enfatizar la idea al director Ivo van Hove y al escritor Enda Walsh, para mantener en secreto todo lo relacionado a su enfermedad. «Nadie lo supo. Y creo que así él lo quiso» explica Fox para The Telegraph respecto a los últimos meses de vida del camaleónico artista. «Lazarus es sobre este pobre hombre que no quiere morir», esta frase fue dicha por Bowie respecto a la canción en la premiere de la obra que toma este tema como su eje principal, esto durante el año 2015.

La agonía siendo representada por una ceguera inevitable, mientras él trata de reemplazar sus ojos ya enterrados con botones. La venda reflejada como una atadura fuerte, sus manos apretando con miedo y desesperanza la sabana que lo cubro hacía el vuelo final. El espasmo de encontrarse con el cosmos, pero el fatídico destino de un dolor interno. Ese closet anunciando la despedida más emblemática de este último tiempo, y un irónico pero consecuente Bowie despidiéndose como solo él lo puede hacer.

A muchos de nosotros que escribimos el comentario sobre lo que fue Blackstar al comienzo pensamos que era un enorme paso para la vigencia del cantante, de que había talento para rato y quien sabe, tal vez una gira. Pero al momento de presenciar el tercer día como una triste odisea, todo el contenido del álbum dio un giro mucho más inesperado y personal. Una vida maestra, termina de manera maestra.

Un día como hoy él legendario hombre estrella nos dejó, y con una estrategia que no lo hizo ceder ante la muerte sin antes dejar un recado. Artistas como él no existirán nunca, y su influencia hasta el día de hoy tiene un espacio privilegiado para todos los artistas del mundo. La estrella se fue en elegancia fúnebre.