Es el año 1994, y el género «grunge» pasa por su momento definitivo de deceso mediática y popular. En abril de ese mismo año una escopeta, millones de abusos de la prensa inhumana y la presión social incentivaron al suicidio de uno de los mayores exponentes musicales y juveniles de su década, Kurt Cobain. ¿Qué se avecinaba con esto? La inminente muerte de un estilo creado por los medios, por no saber qué etiqueta encasillar a tanta banda talentosa y distinta provenientes de una escena en común: Seattle.
Un fenómeno claramente, una manera de rebeldía que desgraciadamente- para el punto de vista comercial- no tardó en patentar un look para volverlo una bola universal de pasarelas, comerciales de vestimentas y todo lo que un eje musical odia al momento de auge estético. Un auge estético que siempre fue una normalidad, pero que las mismas empresas se encargaron de manchar con su propuesta.
Desde Europa, la gracia musical se veía casi perdida, pero el surgimiento del Britpop avivó nuevamente el interés por el dominio de una juventud alocada, pero con tintes de grandeza traídos de las épocas doradas del rock británico. Conocido Britpop, productores de una rivalidad injustificada como la de Blur con Oasis, y de bandas creativamente fructíferas como Suede, Pulp entre otras. Todo un movimiento en su década, pero cuando la novedad era en parte de este nuevo sonido, pues otros optan por la necesidad de replicar lo que un género como el grunge dejó: Genuinidad y pesimismo.
Bush, formados en ese tiempo por su vocalista Gavin Rossdale, Dave Parsons en el bajo, Robin Goodridge en la batería y el ex guitarrista de la banda King Blank, Nigel Pusford, logró encontrarse entremedio de tanta alegría y amor por las fiestas, demostrando ese agrio sabor a agonía y depresión que el género del grunge en manera real mostraba en sus referentes. No por algo a Bush se le atribuyen influencias de Nirvana por la distorsión, de Pearl Jam por los tonos y de Alice in Chains por las temáticas respecto a las drogas y adicciones. Su disco debut, Sixteen Stone, lanzado en diciembre del año 94, obtuvo un éxito notorio en las listas de Billboard y ventas, pero la estrategia oportunista y poco auténtica para un año muerto de ese estilo les trajo consigo sus propios detractores. Es que canciones como «Machinehead», «Everything Zen», «Comedown» y la muchas veces parodiada «Glycerine» no tenían nada novedoso que ofrecer. Es ahí que Bush se ganan el nombre o reconocimiento de ser la respuesta británica directa del grunge.
25 años desde que ese trabajo comenzó una carrera llena de éxitos, de un cancionero impagable de clásicos respecto al desamor y la decadencia, que hoy en día hacen más sentido en un mundo más oscuro que de costumbre. Gavin reformó la banda después de la separación ocurrida en 2002, pero con nuevos músicos y con su esperanza de reencontrarse con el nombre que lo inició todo en su carrera. ¿Se acuerdan de si alguna vez estuvieron por nuestro país? La mayoría respondería de que este es un debut, pero los más expertos y veteranos jóvenes (porque en el fondo la angustia juvenil nunca pasará de moda) deberían tener en sus mentes tal jornada de noviembre del 97, en donde en conjunto con David Bowie, fueron parte del Santiago Music Rock Festival en el Estadio Nacional.
Este jueves los tendremos nuevamente en nuestro país, como parte de una espera muy lejana de algo que no se veía venir. Bush llega con una fuerza y ganas en la cual busca re-encantar a su público fiel. Al igual como lo hizo Soul Asylum el año pasado en el Teatro Cariola, y la misma hazaña de Collective Soul en 2015. Todos cantaran al unísono de la nostalgia noventera.