Por Alexis Paiva Mack
El 24 de febrero de 2008 todo parecía marchar bien para los fanáticos chilenos de My Chemical Romance. Después de una espera de seis años al fin tenían la oportunidad de ver a la banda en vivo, pero con un solo inconveniente: El guitarrista Frank Iero había anunciado que se ausentaría a la cita. Tal inasistencia por motivos familiares debió ser suplantada con la llegada de Matt Cortes, quien ofreció un espectáculo memorable junto a la banda de Gerard Way en el Arena Santiago (hoy conocido como Movistar Arena).
A casi 11 años de aquella noche, en donde sonaron las canciones de The Black Parade (2006), Frank Iero llegó a Chile a saldar una deuda pendiente o, como él mismo mencionó, a cumplir un sueño. Y de cierta manera, el guitarrista dijo lo que muchos de los asistentes estaban sintiendo. A cinco minutos de iniciar el show, una mujer que aparentaba unos 28 años le comentó a su amiga que no completaría su adolescencia hasta el fin del concierto. El comentario no sorprendió a nadie, My Chemical Romance fue una de las bandas más importantes de su generación.
Si bien su ex banda nació en 2001 y murió en marzo de 2013, el amplio rango etario entre los asistentes se hizo notar. Por un lado, estaban los seguidores de Iero que asistieron al concierto de 2008, pero que no lograron saciar sus expectativas. Por otro, adolescentes de entre 13 y 16 años, mayoritariamente mujeres. También había un tercer grupo sentado al fondo del Club Chocolate, los padres y madres que acompañaban a sus hijas. A pesar de que la música que hizo famoso a Frank Iero no es precisamente contemporánea a las edades de las menores, la influencia de los autores de Three cheers for sweet revenge (2004) es considerada de culto en el ámbito del emo y el post hardcore.
El sonido de The Future Violents estuvo lejos de acercarse al de My Chemical Romance, pero eso no fue un problema para los asistentes, quienes corearon de manera masiva la mayor parte de las canciones e, incluso, levantaron pancartas con las líricas. De esta manera, y con un setlist que reunió diversas etapas de su carrera solista, Frank Iero lideró una noche íntima en el Club Chocolate, en donde el valor del concierto no se concentró en la calidad de audio ni en los efectos de luz, sino que más bien en la conexión generacional que (solo) pueden generar los grandes artistas.