Lo demostrado durante la jornada de Santiago Gets Louder en el Estadio Bicentenario fue de enmarcar, ver a Tom Araya mirando fijo con una mirada indeleble y satisfecha, fue una de las postales más raras que se podrá encontrar dentro de la historia del metal. Y esa misma sensación de pena, que fue levantado con un Viva Chile Mierda al final de su destructiva presentación, en esta ocasión fue reemplazada por un simbólico y más «alegre» gesto. Slayer, acompañados de sus compañeros de mosh de Anthrax, estaban listos en Viña del Mar, en las costas más refrescantes de la quinta región, está queriendo incendiar todo por completo.
Anthrax abrió de la misma manera que lo hizo en el SGL, invocando a Iron Maiden con The Number of the Beast, y luego rematando con el riff inicial de Cowboys from Hell, con un público viñamarino en el cual también se vieron caras familiares de la jornada del domingo. Y ahora con más espacio y seguridad aplicada en los interiores del Sporting, pues el factor que era desafiante fue la cantidad polvo levantada por el suelo de la cancha de pasto del lugar. Pasada las 18 horas partió Belladona con su pandilla para darle comienzo a todo con Caught in a Mosh, para rematar con un setlist que en general fue un poco de lo mismo, pero con una energía totalmente diferente del parte de sus seguidores. Haciendo el mismo juego con Indians, en el final del mosh en la danza de guerra, y con Anti Social derrumbando con todos. Los temas clásicos como Madhouse y Got The Time fueron un plato fuerte de golpes voladores, y de un huracán de tierra siendo desplegado en el mosh.
Pero de lleno, lo más importante de la jornada. Slayer llegó con la misión de cerrar una carrera fundamental en la historia de metal extremo, y si muchos quedaron con el nudo en la garganta durante la presentación del domingo, pues acá se sintió como una celebración. Era una despedida, si, pero iba a ser la última vez que en la faz de la tierra tendríamos a Slayer en un escenario, y en uno en el cual todos saben que es representante local. Tom Araya, Kerry King, Gary Holt y Paul Bostaph le rindieron un capítulo final para el recuerdo, de alguna manera, haciéndole homenaje a todos los miembros que alguna vez estuvieron en la banda. Podías sentir la presencia demoníaca y disonante de Jeff Hanneman, o también la versatilidad de Dave Lombardo en batería, también recordando a Tony Scaglione. Fue algo hermoso dentro de lo brutal que fue, y es que el grupo lo dio todo como siempre. Una ametralladora asesinando a sus soldados a base de riffs carniceros y marchas constantes de máxima destrucción.
El mismo setlist, pero totalmente otro tipo de sabor. Araya hizo el mismo acto de despedida, pero esta vez con mucha más satisfacción, se le vio tranquilo y realizado. Mientras el resto del grupo lanzó uñetas, baquetas en el entremedio de esa mirada de orgullo y adiós del cantante. El público no se aguantó, y recordarle su nacionalidad, mientras se gritó «que Slayer no se va«, pues le sacó una sonrisa, pues él sabía que no había vuelta atrás con esta decisión. Simplemente en sus ojos se veía la experiencia de llevar todo a un extremo nunca antes surcado, era la finalización de discos esenciales del metal, y de millones de presentaciones que fueron siendo parte importante de la vida de muchas personas.
Muchas personas sin ser fanáticos de Slayer, comentaban en los entremedios que tenían que vivir la experiencia de ver el matadero violento que el grupo propuso por más de 30 años, de que era la única oportunidad para presenciar tal desafío. Y la verdad eso motivó a que la cantidad de gente en el evento de Viña del Mar fuese especial, tomando en cuenta que eventos de esta magnitud muy pocas veces en contextos importantes como este. Era la única y primera para muchos, y para otro la última de muchas rabias y desquites con los cuales soltaron todo durante más de dos décadas. Slayer se fue, pero no tuvo piedad, era el fin del mundo en el lugar, y solo así un legado como este debía terminar.