Por Ignacio Bataller

Pasaron seis años para que la legendaria banda de Satyr y Frost regresara a Chile. Originalmente programados como una de las principales atracciones del cancelado Cl.Rock, su retorno al país quedó en suspenso por un tiempo.

Sin embargo, gracias a un acuerdo de último momento gestionado por Atenea, la banda finalmente se presentó el lunes 11 de noviembre ante un Club Chocolate casi lleno. La audiencia, ansiosa y leal, demostró con su energía que había esperado este regreso por mucho tiempo.

La elección del Club Chocolate como locación benefició enormemente al concierto. Este lugar destaca por su excelente acústica, especialmente adecuada para sonidos oscuros; en sus últimas visitas, bandas como Moonspell, Swallow the Sun y Draconian han brillado en este espacio. Con un balance perfecto entre amplitud e intimidad, el ambiente hace que presentaciones como la de Satyricon se sientan aún más épicas.

Durante toda la presentación, la banda se mostró entusiasmada de tocar ante el público chileno, aunque fue Satyr quien expresó abiertamente su gratitud. Agradeció poder crear música que lo lleva más allá de su país, permitiéndole llegar a Sudamérica, y destacó cómo los fanáticos aquí no solo disfrutan su música, sino que la viven, elevando su amor por el arte a otro nivel.

Como la banda originalmente venía en formato de festival, parecía tener planeado un set de solo diez canciones, desde «To Your Brethren in the Dark» hasta «The Pentagram Burns«. Sin embargo, al terminar esta última, Satyr consultó con alguien de su equipo sobre el tiempo disponible.

Tras una breve conversación, se acercó al micrófono y anunció que aún quedaba tiempo, por lo que agregarían más temas. Así, el show se extendió, incluyendo «To The Mountains«, que el mismo Satyr consideró perfecta para tocar en Chile, seguida de «Walk the Path of Sorrow«, «Mother North» y «KING» para cerrar con fuerza. El espectáculo terminó durando cerca de una hora y cuarenta minutos, considerablemente más de lo que habrían tocado en un festival.

La banda mostró una solidez impecable durante toda la presentación, pero el verdadero protagonista fue, sin duda, Frost. Una vez más, demostró por qué es considerado uno de los mejores bateristas de black metal, con una velocidad y precisión sorprendentes que a ratos capturaban toda la atención y arrancaban las reacciones más fuertes del público. Su intensidad en el escenario elevó el concierto, que comenzó en un punto alto y se mantuvo ahí hasta el final.