Por Ignacio Bataller
Bandas y artistas como Simple Minds demuestran ser polifacéticos, ya que no se encasillan en un único género durante largos períodos. Esto resulta especialmente evidente hacia finales de los años 80, cuando se inaugura una nueva era en el panorama musical, marcando una transformación radical en estilos como el pop y el grunge. En ese contexto, en 1989, la banda presentó su octavo álbum Street Fighting Years.
Producido por Trevor Horn y Stephen Lipson, este disco constituye una evolución notable respecto a Once Upon a Time (1985). Aunque conserva la grandiosa esencia de la arena rock que habían cultivado desde mediados de los 80, Street Fighting Years se distancia de las influencias de soul y gospel estadounidenses presentes en su trabajo anterior.
En su lugar, apuesta por atmósferas propias de bandas sonoras y por la incorporación de elementos acústicos y de música celta/folk, como el bajo sin trastes, la guitarra slide y el acordeón.
Con temas como «Belfast Child«, «This Is Your Land«, «Kick It In» y «Let It All Come Down«, las letras abordan cuestiones políticas, retomando el enfoque introducido en «Ghost Dancing«.
De este modo, se apartan de las preocupaciones impresionistas o espirituales que caracterizaban las canciones de los inicios de la década, explorando asuntos como el «Poll Tax«, los townships de Soweto, el Muro de Berlín y el despliegue de submarinos nucleares en la costa escocesa.
Se percibe una banda más madura, que muestra seguridad en su desempeño tanto en el estudio como en vivo. Explora temáticas novedosas y experimenta con sonidos renovados; sin embargo, en mi opinión, el verdadero mérito recae en el talento del bajista.
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