Por Alexis Paiva Mack
Es habitual escuchar opiniones polarizadas en torno a los festivales, un fenómeno que en reiteradas ocasiones se ha catalogado como una vitrina para elementos que se alejan del alma máter de la música. Mientras algunos destacan que la popularidad de dichos eventos es el factor primordial en el valor de las entradas, otros acusan la poca y nula relevancia que se da a las bandas nacionales. En tal ámbito, el evento organizado por el sello LeRock Psicophonique ha logrado consolidarse como un espacio para los seguidores de la música de nicho, la cual antes solo se podía escuchar en conciertos pequeños y de escasa difusión.
Arias fueron los encargados de abrir el festival. Si bien a las 14:00 el público era escaso, los santiaguinos despertaron a los presentes con una mezcla perfecta entre virtuosismo y emocionalidad, una balanza que habitualmente se tiende a desmedir. A pesar de que la agrupación aun no lanza su primer álbum, esta dejó en evidencia que su lanzamiento logrará llamar la atención de la crítica y los oyentes.
Luego tocó Narval Orquesta en el escenario principal de Matucana 100. Como su nombre lo dice, el concierto destacó por la amplia variedad de texturas sonoras y su constante deformación en el transcurso de los temas. La propuesta de los intérpretes destacó por su originalidad y rupturismo, dos cualidades que se vieron reflejadas en melodías de alta complejidad, pero que a la vez pudieron ser apreciadas por un público amplio y de diversos gustos.
Otro de los artistas que más llamó la atención fue Steve Strong, quien destacó el apoyo del público chileno desde que anunció su venida a Sudamérica. El pilar fundamental de su música es el looper, un efecto que permite grabar distintas capas de sonido para repetirlas por el tiempo que se estime necesario. A través de este, el inglés impresionó a los presentes con su capacidad para crear atmósferas con una guitarra y una batería, las cuales fueron tocadas por él y sin la participación de otros músicos.
Una noche de culto
La tercera visita de A Place to Bury Strangers podría clasificarse como una de las más intensas del año. El grupo que, en reiteradas ocasiones ha sido destacado como la banda actual más ruidosa, presentó su último álbum frente a un público que hasta el momento se había mostrado pasivo.
El trío inició con We´ve Come so Far, instancia en donde Oliver Ackermann destrozó su guitarra en medio de una improvisación. No pasaron más de tres canciones hasta que el bajista Dion Lunadon hiciera exactamente lo mismo en dos oportunidades durante el show. Más tarde, el músico se lanzó al público con su bajo para seguir tocando sobre una plataforma, la cual fue movida en la zona central de la cancha por miembros de la producción. Una vez de vuelta, los estadounidenses interpretaron sus últimas canciones mientras golpeaban los objetos que encontraban sobre el escenario.
Terminado aquel espectáculo, el conjunto nacional Akinetón Retard inició su presentación en un M100 Stage repleto. La banda nacida a mitad de los 90’s presentó sus más recientes composiciones frente a una audiencia hipnotizada con su experimentalismo, el cual los ha convertido en uno de los grupos más influyentes de la escena underground chilena y que incluso los ha llevado a girar en continentes como Europa y Asia.
A las 00:00 inició el momento más esperado de la jornada, los integrantes de Daughters subieron por primera vez a un escenario nacional. El espacio en la cancha se vio cada vez más reducido y las pupilas de las asistentes cada vez más dilatadas.
La cita inició con The Reason They Hate Me, una de las canciones más agresivas de You Won´t Get What You Want (2018). El vocalista Alexis Marshall gritó los primeros versos mientras tocaba al público, tiraba escupos y golpeaba su micrófono con los parlantes, los cuales después tomaría para lanzarlos violentamente contra el piso.
Su último trabajo de estudio destaca por su carácter violento, oscuro e intrigante, cualidades que logran ser recatadas de manera aun más intensa durante sus presentaciones en vivo. En estas, Marshall actúa como el protagonista de una película de terror, en donde se ve cada vez más sumergido en la locura, esa sensación claustrofóbica de la cual no hay escape. De una u otra manera, pareciera que el personaje del cantante es más cercano a la realidad que a un cuento de ficción. Su actitud temeraria no se ve encogida a la hora de escalar cada una las torres de audio para seguir gritando, como tampoco lo hace al momento de lanzarse de cabeza al público en reiteradas ocasiones.
Un de las acciones más inesperadas fue cuando descendió por un costado del escenario para cantar entre los asistentes. Ahí, un fanático se acercó para pedirle que golpeara su mejilla, mientras que otro le pasó un vaso de alcohol para que se lo tomará al seco, petición que Marshall rechazó al derramarlo sobre su propia cabeza. Como si fuera poco, el vocalista decidió seguir cantando en el escenario M100, mientras que el resto de la banda seguía tocando en el LeRock Stage. Durante el trayecto, el vocalista estuvo rodeado de una horda de seguidores, los cuales parecían buscar una suerte de respuesta en los movimientos bruscos del estadounidense.
Después de subir al escenario a cantar Guest House y Daughter, el vocalista descendió otra vez para lanzar sillas a su banda y tirarse nuevamente al público. Así, cada uno de los integrantes se retiró individualmente durante el final de Ocean Song, instancia en donde Marshall fue el último en bajar de un viaje que será recordado entre los asistentes como una experiencia única y demencial.