Por Alexis Paiva Mack
Estoy a una cuadra del recinto y escucho unos cánticos desde la entrada del Club Chocolate. Aquellos gritos de aliento no van dirigidos a la selección chilena de fútbol, quienes hoy ganaron a Ecuador en un partido de la Copa América, sino que más bien hacen referencia a Facundo Soto, el vocalista de Guasones. La primera vez que su banda vino a Chile fue hace dos años, es decir, en un periodo tardío para una agrupación que lleva más de 25 años en la escena musical. Y la verdad es que la ansiedad de sus seguidores resalta a los ojos de cualquiera.
Abren las puertas y los asistentes compiten por entrar rápido al local. En la cancha, ya se pueden ver los primeros lienzos con el logo de la agrupación. Por un momento, me cuestionó si estoy en una sala de conciertos o en una galería para ver el superclásico. La pasión con que los fanáticos cantan durante la espera es cálida y poco común, la única diferencia con el evento deportivo es que acá todos parecen ser amigos, dispuestos a apoyar a un mismo equipo.
La cita inicia con Nada Que Ganar, canción introductoria de Hasta el final (2017), el álbum más reciente de los argentinos. Desde el segundo piso, veo la cancha como un lienzo de cuerpos que chocan y se mezclan entre sí, mientras algunos cometen actos fallidos para subir al escenario. Esa energía se intensifica en el transcurso de la noche, con temas cada vez más desprolijos y provocativos.
Se escuchan los primeros acordes de Desireé I. Facundo Soto se acerca al público con los movimientos delicados que, en su momento, popularizaron personajes como Mick Jagger. “Quiero sexo desquiciado y lo más sucio de los dos«, canta con voz rasposa antes de introducir una serie de solos extendidos de los guitarristas Maximiliano Timczyszyn y Matías Sorokin.
Avanza el espectáculo y el líder de Guasones asume un papel cada vez más desinhibido, en donde cada vaso de whisky que bebe en el escenario actúa como un derrame de gasolina a punto de detonar el lugar.
Suenan Gracias y Dame, dos títulos finales que desatan una ronda de bailes, empujones y caídas en el centro del recinto, mientras que los músicos tiran sus uñetas de manera simultánea a la interpretación de sus canciones.